Me vienen a la cabeza algunas frases en las que personalizamos para demonizar al señor don dinero como la daga con que los hombres apuñalan las buenas intenciones de las normas que rigen la convivencia.
Imagino aquellos días en que el trueque funcionaba según el principio lógico del beneficio social. Se reparten las tareas de la colmena y los individuos se organizan para asegurar las necesidades básicas que hay que cubrir, ampliando a las de servicios o en general a cualquier actividad que sea demandada o “necesaria” por una sociedad en un momento puntual de la historia. Imagino también los distintos tratos mercantiles que se cerrarían en los mercados de las grandes concentraciones de población, en los que las equivalencias eran dictadas por el sentido común de cada parte y la riqueza no estaba concentrada en el inexistente dinero.
¿Cuántos tomates o kilos de, pedirías por una vaca?
¿Es serio pensar que la vida sin dinero reduciría las cada vez más pronunciadas diferencias entre ricos y pobres del mundo actual? ¿Fue la aparición del mismo motivada por la codicia y el deseo de poder del hombre?
Cualquiera de las vetas de este filón se abre exponencialmente apenas enunciar siquiera una idea, con lo que decido buscar algo de concreción en la red para encontrarme con una señora alemana - Heidemarie Schwermer- que en una entrevista afirma "Soy más feliz como mujer y me siento más libre ahora que vivo sin dinero porque tengo lo que quiero”. Esta terapeuta de exprofesión decide a eso de los 60 años regalar todas sus pertenencias, cancelar todas sus cuentas y andar por la vida sin un euro en el bolsillo satisfaciendo las necesidades por medio del trueque. Puedes encontrar una interesante entrevista en el link http://www.autosuficiencia.com.ar/shop/detallenot.asp?notid=42, en la que aparecen recogidos muchos puntos críticos que darían de sí para muchos debates.
Me dedicaré a continuación al libre tejer de las ideas que me asaltan tras su lectura abandonando el camino único en el mismo sentido con el que muchos escritos empiezan y acaban en favor de la improvisación que del pensamiento se extraiga naturalmente (¿!) con todo lo que ello suponga. Dejémonos de “blaes” y pongámonos a ello que se escapa.
Las respuestas que Heidemarie plantea parten de concebir al mundo y al hombre envuelta en un aúrea de positivismo sin duda deseable y compartido por todos por cuanto que instalados en una cómoda cultura que nos deja espacio para soñar con que el hombre sólo es bueno. Desgraciadamente y por tirar de la hebra del punto de vista contrario -de mi recurrente cebolla- descubriré con amargura que la sociedad que forman los hombres tiene estructura caótica que podríamos definir sólo en partes y determinada por demasiados parámetros a considerar. Haciendo continuos “zooms” podemos caer en la cuenta de lo difícil o de lo imposible de aunar todas las realidades en una sola, sea esta la de “esta nuestra comunidad”, la de una familia o una pareja de d@s. La percepción del tiempo que se necesita para un mínimo cambio de manera global es frustrante seguramente también por nuestra limitación (medible en años) y aún admitiendo grandes avances comparando con el pasado siempre parece insuficiente para los que pretendemos a golpe de varita que cambie el mundo en su conjunto a la vez. Por otra parte plantea la unificación del pensamiento en los mismos términos, tema también de mucha enjundia en tanto a establecer los criterios justos a todos, mutilando intereses más individuales. ¿Es tan cierto que somos todos iguales? Cada persona es un mundo con inquietudes y diferencias no siempre compatibles según la muestra, por no hablar de las distintas culturas que habitan el planeta o de cuestiones referentes a la injerencia en el desarrollo de las mismas. Las abejas construyen un mismo modelo estable que repiten una y otra vez exhibiendo una perfección envidiable pero predecible por ello, y con menos interés que la posibilidad para cambiar cosas porque sí, para dudar de ellas. El atractivo del caos…
Si la relación hombre-hombre es complicada, la del hombre con el entorno y en cuanto a controlable no lo parece menos.
No estoy tan seguro si como dice nuestra amiga las mujeres lo harían mejor si cambiáramos este mundo de hombres a uno de mujeres, ya que son las necesidades y los intereses los que hacen las guerras. También discrepo en que la mujer no haya tenido un papel influyente y decisivo en la historia como si hasta donde hemos llegado fuera fruto de las miserias hombrunas que no atañen a lo femenino, y sin duda haberlas hailas. Observo también los mismos vicios y soberbias en mujeres, acaso con sutiles diferencias que no auguran grandes progresos o cambios por ello en los males que aquejan esta sociedad. Hemos llegado a dónde estamos pagando el precio de lo pasado, construyendo y destruyendo ideas, evolucionando y aprendiendo de los muchos errores que van parejos a determinadas decisiones o situaciones que han ido apareciendo o que han sido provocadas en este universo de acción y reacción. Los semidioses en las brumas de la consciencia, somos parte de la naturaleza misma, como lo es un río que erosiona la montaña o un terremoto que devora un pueblo. Somos el cáncer de este planeta con deseos de entrar en simbiosis con él, aunque pudiera venir por otros lados la muy probable extinción de nuestra sobrevalorada vida humana, y es que alguna vez he pensado en que no somos más que un proceso de algo inimaginablemente más grande, en tiempo y en dimensiones que nunca podremos comprender. Sólo un accidente en una minúscula e insignificante parte de un todo inabarcable para nuestro entendimiento que empieza y acaba sin más.
Oí en la radio un estudio que decía que la humanidad necesitaría tres planetas como el nuestro para seguir al ritmo actual equiparando supongo a toda la población con la minoría que disfrutamos las comodidades de la era. Dependemos de la tecnología para estirar los recursos que nos ofrece la tierra debido a la superpoblación que sufrimos con los más de 6.000 millones que somos.
La ecuación nivel de bienestar, recursos disponibles/necesarios para un determinado nivel de población resulta más que curiosa y por terminar este embrollo de ideas, no acabo de ver la relación maligna del dinero con todo esto. Seguro que lo que implica primeramente es el cambio de mentalidad y valores de unos miles de millones de realidades en unos 200 países con distintas culturas. Casi nada.