Orson (III)- La carta muda
Admiradísimo Filandrúpp:
Hoy me decido a interrumpir su silencio con esta tercera misiva esperando alimentar en manera alguna su hambre de sabiduría infinita que tanto ha de dar que hablar a generaciones venideras, no sin antes prevenirle de mi doble ignorancia en todo lo que he de tratar a continuación, pues aparte de no saber nada sobre lo que he de versar, confiésole un supino desconocimiento en la materia que hubiera de ser comentada de la mano de la improvisación.
Y así, con cierto tembleque de saberme leído también por el señor del ñogal y doña loli procedo a continuar sin un qué decir en lo que daré en llamar estilo “carta muda”, con ánimo de llamar a las cosas por su nombre en estos tiempos en que parece abundar el bautizado y dicho estilo como sin duda convendremos, pues le tengo a usted por buen observador y conocedor del panorama actual en el que los maestros de tal arte (sí, es un arte) dominan los medios y enteros de comunicación. Me explicaré en esto que aún no he dicho y que no sé si acabaré por definir pues acabará por no apetecerme, según me va pasando el desinterés por encima.
Partiendo de aquello que usted pudiera haber imaginado sin que yo tuviera demasiado que ver en ello le he de decir que siempre le creí más prudente en esto de imaginar por lo que me reservaré opinión alguna y cambiaré de tema con la suavidad de un oso en celo, llevándole con tan sólo una frase a la ensoñación misma que provoca la ensoñación en sí, y esto no me lo negará por cuanto que no habré de pronunciarla ni escribirla. Acaso podrá achacarla a su imaginación pero lo que es a mí de qué -vaya en mi defensa que casi no me he estrenado aún en ideas y para muestra ruego me relea, su vuesía -.
No he de decir esta boca es mía, ni pío, ni mú. Mis labios están sellados, soy una tumba, me renquea la nariz, y en fin, que hoy no hago discurso y me pongo en huelga de palabras dolido tras nuestro último encuentro en la enfermería, en que quizá confundido y envuelto en las turbias palabras de ese, su amigo suyo que diserta sobre los números a traición, no paraba de balbucear extraños sonidos que salían de su burbujeante boca. Supongo que en uno de sus continuos, caprichosos y sorprendentes giros de cabeza acertaría a verme un instante, sentado a sólo unos metros de distancia y sin embargo no se dignó a saludarme. Déjeme decirle que las gafas y el palo con que azuza a la gente en sus aleatorios espasmos arrítmicos no le procurarán amistad con este que se desahoga ahora, incapaz de quejarse de los golpes recibidos entonces por encontrarme amordazado, enfundado y lejos de la atención de mi cuidadora que tan generosamente escuchaba las penurias de una quejicosa doña loli en la sala de al lado. No le guardo rencor, no me juzgue mal, algún día relataré con orgullo el haber sido apaleado por un genio en un día que nunca olvidaré, por coincidir con la pérdida de mi dentadura y del armonioso andar que me caracterizara antes por el problema de la vértebra aplastada.
Sentí enterarme acerca de su sordera crónica por doña loli y aclaró alguna duda que me habitaba por un tiempo sobre la actuación de su persona en las últimas otras veces en que nos hemos cruzado por algún pasillo. Me hace albergar nuevas esperanzas para con nuestra amistad que espero encuentre a bien relatarme pronto en la misma sintonía que antes nos uniera sin haber intercambiado mensaje, o recado. Quizás no apruebe mi estilo narrativo y le conmino a que lo exprese en forma alguna pues de lo contrario amenazo con seguir escribiéndole a toda pluma en viendo que me lleva la contraria en cuanto a darme la razón por medio de aquello de la callada por respuesta.
Muy amigo suyo de usted, afectuosamente
Orson
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